Y es que, a estas alturas de la película, casi todo está inventado y todo el mundo sabe que macro-residencias como Santa Rita II, por muy bien que lo haga Tomás Villar Estévez, director gerente del centro y tesorero de la Fundación (con sus fallos y todo, como usted y como yo) no tienen mucho sentido. Por muy bien que lo hagan los profesionales que allí trabajan (auxiliares, asistentes, personal de enfermería, de cocina, de mantenimiento, etc.…). Un establecimiento con esas dimensiones y con tremendo número de personas residentes, que mayoritariamente son mayores de edad y muy frágiles de salud, siempre es una “bomba de relojería” sanitaria y mucho más caros de mantener. Hoy en día, lo que procede son residencias más pequeñas y llevaderas (de entre 50 y 100 personas) quizá ni más chicas ni más grandes, que sean mejor llevaderas, mucho más seguras, económicamente viables, y, además, cercanas al entorno y a las familias de las personas residentes en ellas. Quizá municipales, o de mancomunidades, gestionadas desde la administración con la gestión cedida o concertada con empresas especializadas. Pero los ayuntamientos y sus alcaldes siguen prefiriendo pasar la “papa caliente” a otros. Y siguen callando.
Roque Silva (i) y Tomás Villar, con la imagen del Padre Antonio detrás. Muchas veces callan ante la pasividad y “escaqueo” de muchos responsables políticos