El Señor concedió a Sor Cristina Fernández el don de gentes, que siempre utilizó tanto para el bien de la comunidad lagunera y tinerfeña, como para ayudar a los pobres y necesitados. Se preocupaba del bien espiritual y físico de los enfermos, mediaba poniendo paz en las familias, aconsejando a matrimonios, animando a unos a confesar, a otros a ser buenos hijos con sus padres, en definitiva, a ser mejores personas, trabajadoras y honestas. Cuando alguien se acercaba a Sor Cristina con necesidad de trabajo, ella les decía: “vete al Ayuntamiento y le dices a Fulano que vas de mi parte”. El sólo nombre de Sor Cristina, era ya una carta de presentación y recomendación en esas ocasiones. Como constancia de su humildad, puedo contarles que, en cierta ocasión, una señora la detuvo en la calle y le dijo: “Usted que es Sierva de María, dé por favor las gracias a Sor Cristina, porque mi hijo ya consiguió trabajo”. Ella misma le preguntó: “¿Usted conoce a Sor Cristina?” La respuesta de la señora fue: “No, pero debe ser una muy buena persona”. Ante esa situación, repetida en más de una ocasión, ella nunca dijo: “Soy yo”, sino que, discretamente, respondía que sí, que ya le daría el recado a Sor Cristina. Con este perfil de mujer sencilla y humilde, si en ocasiones se llevaba el aplauso o la admiración, era por no poder ocultar la caridad que practicaba.
Sor María Soledad Torres Acosta, fundadora de las Siervas de María Ministras de los Enfermos, estará muy orgullosa de la labor realizada por Sor Cristina Fernández.